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febrero 01, 2012

S2-EEI - SÍNDROME DE DOWN (1 de 7)

Materia: EDUCACIÓN ESPECIAL I
Unidad: 2

Libro: SÍNDROME DE DOWN, HACIA UN FUTURO MEJOR. GUÍA PARA LOS PADRES.
Autor: Pueschel S. M.
Editorial: Salvat Editores



CAP 4. PERSPECTIVA HISTÓRICA

     A menudo se preguntan los padres si la humanidad viene arrastrando el síndrome de Down desde el arranque de la civilización, o si sólo ha surgido en tiempos más recientes. Aunque no existe una respuesta definida para esta pregunta, hay que presumir que a lo largo de la historia y de la evolución biológica se han producido muchas mutaciones de los genes y cambios cromosómicos. Por ello, muchas de las enfermedades genéticas y alteraciones cromosómicas que ahora conocemos, incluyendo el síndrome de Down, ocurrieron probablemente en siglos y milenos anteriores.

     La constatación antropológica más antigua que se conoce del síndrome de Down tiene su origen, probablemente, en la excavación de un cráneo sajón, que se remonta al siglo VII; muestra alteraciones de su estructura que suelen aparecer en niños con síndrome de Down. Algunos creen que en el pasado existieron representaciones pictóricas y esculturales de esta afección. Por ejemplo, se ha pensado que los rasgos faciales de las llamadas figurinas de la cultura Olmeca, de hace unos 3.000 años, se asemejan a los de las personas con síndrome de Down. Sin embargo, resulta dudosa esta afirmación si se examinan cuidadosamente estas figurinas.

     En un intento por identifica niños con síndrome de Down en la pintura antigua, Zellweger supuso que Andrea Mantegna, pintor del siglo XV, que pintó varios cuadros de la Virgen con el Niño en brazos, representó al Niño con rasgos que sugieren el síndrome en el cuadro La virgen y el Niño (fig 4-1). También alegó Zellweger que en el cuadro La Adoración de los Pastores, pintado por el artista flamenco Jacob Jordaens en 1618, se representa a un niño con síndrome de Down; pero la inspección crítica de esta pintura no permite definir el diagnóstico. Asimismo, un cuadro de Sir Joshua Reynolds, pintado en 1773 y titulado Lady Cockburn y sus hijos (fig.4-2), muestra a un niño con ciertos rasgos faciales que se asemejan a los que generalmente se observan en el síndrome de Down. No obstante que este niño se convirtió más tarde en George Cockburn, almirante de la Flota Inglesa, es muy improbable que este niño presentara síndrome de Down.

     A pesar de estas conjeturas históricas, antes del siglo XIX no se publicaron informes bien documentados sobre personas con síndrome de Down. Existen numerosas razones para esto: en primer lugar, en aquel tiempo se disponía de pocas publicaciones médicas; en segundo lugar, eran pocos los investigadores que se interesaban por los niños que sufrían problemas genéticos y retraso mental; en tercer lugar, prevalecían entonces otras enfermedades, como las infecciones y la malnutrición, que ensombrecían muchos problemas genéticos y malformaciones; y en cuarto, a mediados del siglo XIX solo sobrevivía la mitad de las madres que habían alcanzado los 35 años (es bien conocido que se da una incidencia del síndrome de Down en las madres de edad avanzada), y muchos que verdaderamente habían nacido con esta anomalía morían probablemente en la primera infancia.
Fue Juan Esquirol en 1838 el primero que proporcionó la descripción probable de un niño con síndrome de Down. Poco después, en 1846, Eduardo Seguin describió a un paciente con rasgos que sugerían el síndrome, entidad que denominó  “imbecilidad furfurácea”. En 1866 Duncan observó a una muchacha “con una pequeña cabeza redonda, ojos achinados, que protruía una gran lengua y pronunciaba sólo unas pocas palabras”.  Aquel mismo año, John Langdon Down (fig.4-3), publicó un artículo en el que describía algunas de las características del síndrome que hoy lleva su nombre. Down indicó: “El pelo no es negro como el de los mongoles verdaderos, sino de un color oscuro, lacio y escaso. El rostro es aplastado y ancho. Los ojos son oblicuos y la nariz pequeña. Estos niños tienen un poderoso don de imitación.”
   
  A Down hay que atribuirle el mérito de describir algunos de los rasgos clásicos de esta entidad, y, por tanto, de distinguir a estos niños de otros que también presentan retraso mental, especialmente los afectados de cretinismo (una  malformación tiroidea congénita). Por ello, la gran contribución de Down consistió en el reconocimiento de las características físicas y su descripción de este estado como una entidad independiente y precisa.
Al igual que muchos otros científicos contemporáneos de la mitad del siglo XIX, Down se vio influido, sin duda, por el libro de Darwin, El origen de las Especies. De acuerdo con la teoría de la evolución de Darwin, Down creyó que el estado o entidad que hoy llamamos síndrome de Down era un retroceso hacia un tipo racial primitivo. Al reconocer un cierto aspecto oriental en los niños afectados, Down acuñó el término “mongolismo” y, de forma poco apropiada, bautizó esa situación con el nombre de “idiocia mongólica”. Hoy día ya se sabe que las implicaciones raciales son incorrectas. Por esta razón, y también por la connotación étnica negativa de los términos mongol, mongólico y mongolismo, deben evitarse dichas discriminaciones de modo tajante. Según algunos autores, el uso de esa terminología podría comprometer la posibilidad de aceptación social de estos niños, el derecho a que se les asigne un puesto educativo y se les dote de recursos, y la implantación de una política de amplios horizontes que ofrezca buenas oportunidades. Y lo que es más importante, calificar de imbécil mongólico a un niño que tiene síndrome de Down no es sólo un insulto degradante para el niño, sino también una descripción incorrecta de la persona que, aunque tiene una minusvalía mental, es ante todo un ser humano capaz de aprender y comportarse como es debido.

     A partir de 1886 no se publicaron más informes sobre el síndrome de Down durante una década, hasta que Frasier y Mitchell, en 1876,  describieron a enfermos con este problema, llamándoles “idiotas de kalmuck”. Mitchell prestó atención al hecho de la cortedad de la cabeza (braquicefalia) y a la edad madura de las madres al dar a luz. A Frasier y a Mitchell hay que agradecerles el primer informe científico sobre el Síndrome de Down, aportado en una reunión mantenida en Edimburgo en 1875 cuando Mitchell presentó observaciones sobre 62 personas que tenían síndrome de Down.

     En 1877 William Ireland incluyó en su libro Idiocy and Imbecility, a los enfermos con síndrome de Down como un tipo especial. G. E. Shuttleworth declaró en 1886 que estos niños estaban “sin acabar” y que “su aspecto peculiar, era en realidad, el de una fase de la vida fetal”. Durante las postrimerías del siglo XIX los científicos observaron también una frecuencia mayor de cardiopatías congénitas en personas con síndrome de Down. En 1896 Smith describió la mano de una persona con síndrome de Down e hizo notar la curvatura del meñique.

     A comienzos de este siglo se publicaron muchos informes médicos en los que se describían detalles complementarios sobre hallazgos anormales en personas con síndrome de Down, y se discutían las diversas causas posibles. El progreso realizado en el método de visualización de cromosomas a mediados de la década de los cincuenta permitió estudios exactos sobre los cromosomas humanos, que llevaron a Lejeune a descubrir, hace ya más de 30 años, que los niños con síndrome de Down tienen un cromosoma extra del par 21.

     Por esto, durante las últimas décadas se ha aprendido mucho sobre la anomalía cromosómica, los problemas genéticos, las alteraciones bioquímicas y los diversos problemas médicos relacionados con el síndrome de Down. Aunque han ido aclarándose muchos de los misterios que lo rodean, todavía quedan muchas preguntas por responder que exigen nuevas investigaciones capaces de proporcionarnos una mejor comprensión de esta anomalía.