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febrero 11, 2012

S2 - MC - EVALUACIÓN Y DIAGNÓSTICO EN LA MODIFICACIÓN DE LA CONDUCTA

Materia: MODIFICACIÓN DE LA CONDUCTA
Unidad: 3

Libro: MODIFICACIÓN DE LA CONDUCTA. ¿QUÉ ES Y CÓMO APLICARLA?
Autor: Martin, G. y Pear J.
Editorial: Prentice Hall, España.


CAP 18. EVALUACIÓN COMPORTAMENTAL:
CONSIDERACIONES INICIALES

     A lo largo de este libro se ofrecen numerosos ejemplos que ilustran la eficacia de los procedimientos de la modificación de conducta. Muchos de ellos van acompañados de gráficos que muestran los cambios (incrementos y disminuciones) que se dieron en las conductas cuando se aplicaron determinados procedimientos. Algunos de estos gráficos incluyen también las observaciones correspondientes al seguimiento que indican que los progresos se mantuvieron después de que los programas terminasen. Los gráficos no se ofrecieron sólo para facilitar la comprensión del material. El registro riguroso de las conductas es una parte inseparable de los procedimientos de modificación de conducta. Mas aún, hay quien ha llegado a decir que la mayor contribución de la modificación de la conducta ha sido la insistencia en el registro cuidadoso de conductas específicas y la toma de decisiones sobre la base de los datos recogidos, más que en función de la simple base de las impresiones subjetivas. Igual que Linus y su manta en los famosos dibujos animado de Peanuts, el modificador de conducta y la hoja son inseparables.

LOS COMPONENTES MÍNIMOS DE UN PROGRAMA:
EVALUACIÓN, INTERVENCIÓN Y SEGUIMIENTO

     Un programa de modificación de conducta eficaz normalmente implica, al menos tres secuencias, durante las cuales se lleva a cabo el registro de la conducta: (a) una fase de línea base o de evaluación comportamental preprogramada, (b) una fase de tratamiento y (c) una fase de seguimiento. Durante la fase de línea base el modificador evalúa la conducta para determinar su nivel antes de la introducción del programa o tratamiento, y analiza el ambiente actual de los individuos para identificar posibles variables que contolan la conducta a modificar. Idealmente, después de hacer una evaluación precisa en al línea base, un modificador de conducta diseñará un programa de tratamiento eficaz para alcanzar el cambio comportamental deseado. En el ámbito de la educación un programa así suele denominarse programa de entrenamiento o de aprendizaje. En el ámbito clínico y comunitario se denomina, con mayor frecuencia, estrategia de intervención o programa de terapia. Finalmente, la fase de seguimiento se lleva a cabo para determinar si los progresos conseguidos durante el tratamiento se mantienen tras la expiración del programa.
     Estas tres fases se derivan de la importancia que el modificador de conducta otorga a la medida directa de la conducta en cuestión, y del uso de los cambios en las medidas, como los mejores indicadores de que el problema está siendo superado. Por ejemplo, en lo que respecta a la primera fase, si un niño tiene dificultades en la escuela, el modificador de conducta estaría considerablemente más interesado en los excesos o déficits comportamentales específicos que cnostituyen el programa (por ejemplo, la baja competencia lectora), que en la puntuación del niño en un test de inteligencia (aunque probablemente el modificador de la conducta estaría intersado también en dicha información).
     En relación con la segunda fase, los programas de modificación de conducta normalmente tienen en cuenta la observación frecuente y el control de la conducta de interés, durante el entrenamiento o el tratamiento. En ciertos casos, la diferencia entre la modificación de conducta y otras aproximaciones en este punto, es esencialmente una cuestión de grado. Las prácticas educacionales clásicas implican normalmente la evaluación periódica durante el programa de enseñanza, con el propósito de observar el rendimiento de los estudiantes. Algunos programas de tratamiento clínico comprenden la evaluación de los clientes en diversos intervalos. Más aún, algunos programas que se han denominado modificación de conducta han consistido básicamente en medir antes-y-después, pero han carecido de registros precisos y continuos durante el tratamiento. Sin embargo, muchos modificadores de conducta han efantizado y practicado, en un grado dificil de encontrar en otros enfoques, la observación frecuente de la conducta a lo largo del tratamiento específico o estrategias de intervención.
     La tercera fase el gran énfasis que los modificadores de conducta ponen en la evaluación de después, es decir, una vez se ha terminado con el tratamiento o la fase de intervención, siempre y cuando ello sea posible, pues un problema no se resuelve si la mejora no es permanente. Por lo tanto, los expertos en la modificación de conducta concuerdan en que los programas deberían incluir una fase de sguimiento en la que se evalúe la persistencia de los cambios de conducta deseables tras la terminación del programa.
     En muchos casos, en tales programas comportamentales, que implican una o dos conductas y un pequeño número de individuos, es posible, y a la vez deseable, que se recoja información fidedigna sobre el seguimiento. En algunos casos, tal seguimiento podría consistir en la observación o evaluación rigurosa bajo circunstancias naturales en las cuales se espera ocurra la conducta. En otros proyectos, sin embargo, las observaciones rigurosas de seguimiento son simplemente imposibles. Considere un programa de modificación de conducta establecido para toda una clase y aplicado durante muchos meses. Al final del programa, los niños pueden ir a otra clase, graduarse en otro programa, dejar la ecsuela, o darse otras razones por las que se hace imposible la observación de seguimiento. En tales circunstancias, no podría hacerse otra cosa que llevar a cabo test previos y posteriores que muestrearían algunas de las conductas desarrolladas por el programa de modificación de conducta.

¡DATOS, DATOS, DATOS!
¿PARA QUÉ MOLESTARSE?

     Hay muchas razones para registrar datos exactos durante la fase de línea base y en el transcurso del programa. En primer lugar, una evaluación comportamental precisa proporciona una descripción del problema que ayudará al modificador de conducta a decidir si él o ella es la persona apropiada para diseñar un programa de tratamiento. Las consideraciones relevantes a este respecto están descritas con más detalle en el Capítulo 22.
     En ciertas ocasiones, una fase de línea base precisa indicará que aquello que alguien  pensó que era un problema, realmente no lo es. Por ejemplo, un profesor puede decir: "Nó se que hacer con Johnny; siempre se está pegando con los demás compañeros". Sin embargo, después de recoger los datos de línea base, el profesor puede descubrir que la conducta ocurre tan infrecuentemente, que un programa especial deja de merecer la pena. Ambos autores han experimentado esto en una ocasión, al menos. Otros autores también han tenido la misma experiencia, como ilustra ek siguiente ejemplo de Greenspoon (1976, página 177).
La confianza en la observación casual llevó a una mujer a quejarse al psicólogo de que su marido raras veces hablaba con ella durante las comidas. le dijo que la ausencia de conversación estaba convirtiéndose para ella en una fuente creciente de enfado y que quería hacer algo al respecto. El psicólogo le sugirió que preparase una tarjeta y anotase en ella el número de veces que él comenzaba una conversación o respondía a la conducta verbal que ella emitía. La mujer estuvo de acuerdo en hacerlo. Al final de una semana, volvió a informar al psicólogo de que se encontraba sorprendida y contenta de informarle de que estaba equivocada. Sucedían ambas cosas, que su marido iniciaba la conversacion y repondía a sus emisiones verbales en una tasa más alta.
     Una segunda  razón para la evaluación y el regstro preciso de la conducta es que a menudo, el proceso inicial de evaluación ayuda a que el modificador de condcta identifique la mejor estrategia de tratamiento. El descubrimiento de reforzadores potenciales para un individuo durante la fase de línea base, por ejemplo, resulta claramente útil a la hora de incrementar el déficit comportamental. Determinar si un exceso comportamental resulta reforzado por la atención de los otros, permite que el individuo pueda escaparse de las demandas de una tarea molesta; o también, si es controlado por algunas otras variables, le puede ser útil a la hora de diseñar un programa de intervención eficaz. Usar la información de la línea base para analizar las causas de la conducta se denomina el análisis funcional y será tratado más a fondo en el capítulo 20.
     Una tercera razón para el registro exacto de los datos durante la fase de línea base y a lo largo del programa, es que los datos provenientes de una fase de línea base exhaustiva proporcionan el material necesario para determinar claramente si el programa ha producido, o está produciendo, el cambio deseado en la conducta. En ocasiones, hay quien dice que no necesita registrar dichos datos para saber si un cambio deseable en la conducta ha tenido lugar. Sin duda, a menudo, esto es verdad. Obviamente, una madre no necesita tablas de gráficos o datos para que su niño ha perfeccionado las habilidades de aseo: la evidencia se muestra en abundancia (o al menos así lo esperamos) en los pantalones del niño.
     Pero no todos los casos están claramente delineados -al menos no inmediatamente. Suponga que un niño tarda mucho en aprender a ir al servicio. Los padres pueden pensar que el programa no está funcionando y lo abandonan prematuramente. Con unos datos precisos, este tipo de error puede evitarse. Este punto se halla bien ilustrado en el siguiente caso.
     La Dra. Lynn Caldwell recibió la consulta de una mujer cuyo niño de seis años, en palabras de ella, le estaba "quemando la paciencia con los continuos portazos que daba cada vez que salía de l cocina". La Dra. Cladwell indicó a la madre que llevase a cabo una línea base de la conducta meta, llevando la cuenta de la misma en una hoja de papel pegada a la puerta del frigorífico. En un periodo de tres días, el número total de portazos fue de ciento veintitrés. Entonces, la Dra. Caldwell dió instrucciones a la madre de que mostrase aprobación al niño cada vez que saliese de la cocina sin dar un portazo. Sin embargo, le impondría un tiempo fuera siempre que diede el portazo (volvería atrás y permanecería durante tres minutos en cualquiera que fuese la habitación que acababa de dejar y la madre le ignoraría durante ese tiempo), y le exigirían que saliese por la puerta sin dar el portazo. Tras aplicar este procedimiento durante tres días, la madre llevó la hoja de papel al Dr. Cadwell. "Esta modificación de conducta no funciona", se quejó ella apuntanto  el gran número de marcas en la hoja. "El niño es exactamente igual de malo que antes". Pero cuando se contaron las marcas en la tabla solo había ochenta y siete en los tres días de tratamiento, en comparación con las ciento veintitrés de los tres días preliminares. Alentada por esta observación continúo con el programa, y la conducta descendió rápidamente a una ceptable nivel de cinco veces por día (después de lo cual la madre, satisfecha, ya no volvió a llamar al Dr. Caldwell).
     Sin datos exhaustivos, uno podría incurrir en el error contrario. Podría concluir que un procedimiento funciona y continuar con él, de hecho, es ineficaz y debería ser abandonado o modificado. Por ejemplo, F.R. Harris y alumnos (1964) describieron el caso de un niño en un laboratorio de preescolar, que tenía el fastidioso hábito de pellizcar los adultos. Sus profesores decidieron usar un procedimiento de modificación de conducta para inducirle a acariciar en lugar de pellizcar. Tras ponerlo en práctica durante algún tiempo, los profesores acordaron que habían tenido éxito al reducir el pellizco sustituyéndolo por la caricia. De todos modos, cuando miraron los datos registrados por un tercer observador, vieron claramente que, aunque las caricias habían aumentado considerablemente, los pellizcos no habían disminuido de nivel respecto a los registros de linea base. Quizá los despistaron y dejaron de notar que los pellizcos eran tantos como antes de iniciar el procedimiento. En cualquier caso, de no haber sido por los datos registrados, probablemente los profesores hubiesen malgastado mucho más tiempo y esfuerzo en un procedimiento ineficaz.
     Las tres razones aducidas a favor del registro cuidadoso de los datos durante la fase de línea base y a lo largo del programa, se corresponden con lo que Cimiero (1977) había identificado como las tres funciones principales de evaluación comportamental: descripción del problema, selección de una estrategia de tratamiento y evaluación de los resultados del tratamiento.
     Una cuarta razón para registrar precisa y gráficamente la conducta es que la publicación de los resultados puede constituir tanto un instigador como un reforzador para el modificador de conducta de cara a ejecutar el programa. El personal en los centros de entrenamiento para deficientes evolutivos, por ejemplo, deviene a menudo más consciente a la hora de aplicar los procedimientos, cuando los efectos de los mismos se exponen visiblemente en carteles y gráficos. Tanto padres como profesores pueden encontrarse con que sus esfuerzos para modificar la conducta de los niños son reforzados por la representación gráfica de la conducta mejorada.
     Una quinta razón para registrar y representar gráficamente la conducta es que  el mostrar los datos puede conducir a mejoras en la conducta, sin necesidad de poner en marcha el programa de tratamiento. Los estudiantes que representan en gráficos sus propios hábitos de estudio (por ejemplo, mediante el registro diario del número de párrafos o páginas estudiadas, o el volumen de tiempo invertido en el estudio) pueden encontrar que los gradientes acelerativos constituyen un refuerzo. Los datos que se presentan adecuadamente pueden reforzar incluso a un niño. Por ejemplo, un terapeuta ocupacional de una escuela para niños minusválidos consultó a uno de los autores el caso de una niña de sieet años, que todas las mañanas tardaba muchísimo tiempo en quitarse el abrigo y colgarlo. Al parecer, los profesores no podían dejar de ocuparse de la niña mientras estaba el guardarropa. El autor sugirió al terapeuta que podría influir a la niña hasta cierto punto, mediante un gráfico en el que se rpesentase la cantidad de tiempo que perdía en el guardarropa cada mañana. El procedimiento que el terapeuta inventó probó ser tan eficaz como ingenioso.
     Se colgó un cartel grande en el muro. El cartel era verde, parecía representar una superficie de hierba y había un campo de zanahorias al fondo. Los días estaban indicados a lo largo del eje horizontal y la cantidad de tiempo en el guardarropa por el vertical. Cada día se dibujaba un círculo para indicar la cantidad de tiempo perdido por la mañana en el guardarropa y se pegaba un pequeño conejo de papel en el círculo más reciente. Usando un lenguaje sencillo. el terapeuta explicó el procedimiento a la niña y terminó diciendo: "Ahora vamos a ver si consigues que el conejito baje a comerse las zanahorias".
     Cuando el conejo bajo hasta el nivel de las zanahorias, se alentaba a la niña para que lo mantuviese ahí: "Recuerda, cuanto más tiempo esté el conejito en el campo de zanahorias más puede comer". Una investigación mostró que la mejoría en la conducta persistió durante un año.
     Los modificadores de conducta no fueron los primeros en descubrir la utilidad de registrar la conducta de alguien para ayudarle a modificarle. Como muchos otros descubrimientos psicológicos supuestamente "nuevos", la idea proviene tal vez de los grandes maestros de la literatura. Por ejemplo, en su autobiografía, publicada  por primera vez en 1883, Anthony Trollope (1946, página 116) afirmó:
Siempre que he comenzado un libro nuevo he preparado un diario distribuido por semanas, y lo he seguido durante el tiempo que me había dado a mi mismo para completar el trabajo. Ahí anotaba el número de páginas que escribía cada día, de modo que si en alguna ocasión me he dejado llevar por la pereza durante un día o dos, el registro de esa holgazanería estaba allí, mirándome a la cara y exigiéndome que aumentase la labor, de modo que esa deficiencia podía ser compensada. De acuerdo con las circunstancias del momento -si mis otros asuntos eran entonces pesados o llevaderos, o si el libro que estaba escribiendo se esperaba con urgencia-, me he asignado a mismo muchas páginas a la semana. La medi ha sido de cuarenta. Ha llegado a disminuir hasta veinte y ha subido hasta ciento doce. Y como una página es un término ambiguo, mi página fue configurada para contener doscientas cincuenta palabras; y como las palabras, si no se tiene cuidado, tienden a excederse, contaba cada palabra sobre la marcha...Siempre estaba el registro frente a mí y, cuando una semana transcurría con un número insuficiente de palabras, era una herida para mi ojo, y un mes completo así hubiera sido una aflicción en mi corazón.
     Ernest  Hemingway es otro novelista que utilizó el autoregistro para ayudarse a mantener su producción literaria. Uno de sus entrevistadores decía (Plimton, 1965, página 219)
Él estaba al tanto de su progreso diario -"de modo que no pudiera autoengañare"- en un granc cartel hecho con el lateral de una caja de cartón y puesto en la pared bajo el hocico de una cabeza de gacela enmarcada. Los números mostraban la producción diaria de palabras iba desde 450, 575, 462, 1250, bajando hasta 512, y Hemingway resaltaba con números mayores los días en que había hecho trabajo extra, pues no quería sentirse culpable al día siguiente si lo pasaba pescando sobre la corriente del golfo.
El conocidísimo Irving Wallace utilizaba el autoregistro incluso antes de enterarse de que había otros que lo hacían. En un libro que trataba sobre su método de escritura (Wallace, 1971, páginas 65-66), comentó:
Todavía guardo un cartel de trabajo de cuando escribí mi primer libro -que permanece inédito- a la edad de diecinueve años. Mantuve los calendarios de trabajo mientras escribí mis primeros libros publicados. Estos carteles mostraban la fecha en que comenzaba cada capítulo, la fecha en que lo terminaba y el número de páginas escritas en ese periodo. Con mi quinto libro, comencé con un cartel más detallado que también mostraba cuántas páginas había escrito al final de un día de trabajo. No estoy seguro de por que comencé a hacer semejantes registros. Sospecho que se debió a que era un escritor libre, que lo hacía por mi cuenta, sin contrato ni fecha de entrega, que quería crearme una disciplina propia que me hiciese sentir culpable cuando la ignorase. Un cartel en la pared hacía las veces de esta disciplina, sus letras me reprendían o me alentaban.

LA EVALUACIÓN DE LA LÍNEA BASE

     Hasta ahora hemos hablado de los tres componentes mínimos de un programa de modificación de conducta -esencialmente, fase de línea base, tratamiento o intervención, y seguimiento. De todas maneras, en muchos casos, también es necesaria una fase previa para determinar si se va a realizar una línea base para una conducta específica de un individuo. Esta fase previa a la línea base se denomina evaluación de chequeo (screening) y disposición general (Véase R.P. hawkins, 1979). Si se hace mediante una agencia, la fase de chequeo y disposición general determina si esa agencia en particular es la apropiada para tratar la conducta de ese individuo. De ser así, proporciona también información como la de sobre qué conducta habría de realizarse la línea base. Si no fuera adecuado para esa agencia, la fase de chequeo y disposición general indica que agencia debería tratar al cliente. Por ejemplo, un centro de orientación comportamental para niños con problemas de aprendizaje , podría chequear a un niño para determinar si sus habilidades académicas son lo suficiente poco comunes como para requerir algún tipo de programa que la escuela no proporciona normalmente. Para cumplir esta evauación inicial, la agencia podría usar una serie de indicadores diversos preliminares que van desde los informes de los profesores hasta la puntuación de los niños en un test de cociente intelectual (aunque, estod indicadores, por supuesto, serían interpretados simplemente como mediadores en bruto de la conducta, más que como mediadores de los rasgos subtacentes). Para poner otro ejemplo, consideremos un centro para niños superdotados; tendría que llevar a cabo un chequeo preliminar y evaluación de la disposición, para determinar si un niño determiando requiere de un programa especial muy diferente del que se acaba de describir. En este último caso se podría cuestionar nuestro uso del término problema; de todos modos, debería notarse que usamos el término en un sentido amplio para cualquier conducta que puede ser mejorada con un programa espacial.
     Como se ha indicado, los modificadores de conducta pueden hacer uso de los test tradicionales, como los test de inteligencia, en la evaluaciones de chequeo y disposición general- aunque normalmente no los interpreta del mismo modo. Asimismo, los  modificadores de conducta usan otro tipo de instrumentos de evaluación concebidos para ayudar a precisar conductas específicas de interés. Puede tratarse de procedimientos de evaluación directa o indirecta.

Procedimientos de evaluación directa

     A lo largo de este libro hemos enfatizado la observación y el registro directo de la conducta. cada uno de los casos narrados al comienzo de los Capítulos 3 al 14 tratan de conductas específicas que eran definidas con precisión y observadas directamente por los individuos responsables del diseño y la implementación de los programas de modificación de conducta. Observando la conducta directamente podemos medir su topografía, cantidad, intensidad, control de estímulo, latencia y calidad. El Capítulo 19 completo se estima a la discusión de estrategias para la evaluación directa de estas propiedades de la conducta.

Procedimientos de valuación directa

     En muchas situaciones en las que podría aplicarse un progama de modificación de conducta, el modificador de conducta (por ejemplo, la enfermera, el profesor, el padre, un entrenador) puede observar directamente la conducta de interés. Pero supongamos que un terapeuta comportamental que, como el resto de los terepeutas profesionales, ve a los clientes en su despacho durante las visitas programadas. No sería practico para él observar a sus clientes regularmente en las situaciones en las que ocurren las conductas meta. Más aún, ¿Qué pasaría si alguno de sus clientes quisiera cambiar alguno de sus pensamientos o sentimientos que los demás no pueden observar? (como se explica en el capítulo 26, los pensamientos y los sentimientos son calificados por los modificadores de conducta como conductas privadas). En tales situaciones, los terapeutas comportamentales han usado considerablemente los procedimientos de evaluación indirecta. Los más comunes son las entrevistas con el cliente y demás personas significativas, los cuestionarios, el juego de roles, la obtención de información consultando con profesionales y la autoobservación (self-monitoring) del cliente. Vamos a explicar ahora brevemente cada uno de estos procedimientos.
     Entrevistas con el cliente y con las demás personas significativas. La observación de una entrevista inicial en una muestra aleatoria de terapeutas comportamentales y terapeutas de otras orientaciones, probablemente mostraría numerosas afinidades. Dado que muchos clientes están ansiosos en el primer encuentro con el terapeuta, éste es, normalmente, quien más habla. El terapeuta podría comenzar desrcibiendo brevemente los tipos de problemas con los que él o ella trabaja regularmente. Posteriormente, podría hacer una serie de preguntas sencillas sobre el contexto del cliente, o podría pedirle que rellenase una sencilla ficha demográfica de referencia. A continuación, podría invitar al cliente, a describir el problema en términos generales. Durante las entrevistas iniciales, los terapeutas comportamentales y los tradicionales probablemente usan técnicas similares para ayudar al cliente a sentirse cómodo, y para obtener información sobre el problema, técnicas tales como escuchar con atención, hacer preguntas abiertas, pedir clarificaciones, y expresar interés y reconocimiento de la validez de los sentimientos y problemas del cliente.
     Al entrevistar al cliente y a las personas significativas (el cónyuge, los padres, o cualquier otra persona directamente implicada en el bienestar del cliente), los terapeutas comportamentales intentan establecer y mantener el rapport (o sea, una relación de confianza mutua) con el cliente y con los demás, exactamente igual que los terapeutas tradicionales. Esta relación puede verse favorecida si el terapeuta está especialmente atento a la descripción que el cliente hace del problema, evitando al mismo tiempo expresar sus valoraciones personales, que pueden influir excesivamente sobre el cliente; mostrando empatía al comunicarle cierta comprensión de sus sentimientos y enfatizando la confidencialidad de la relación terapeuta-cliente (Morgantern,1968).
     Durante la primera entrevista, algunos terapeutas comportamentales mantienen deliberadamente conversaciones generales. Otros las dirigen más directamente al problema que se presenta. Aunque en este respecto hay diferencias individuales entre los terepautas comportamentales, probablemente no es incorrecto decir que los terapeutas comportamentales suelen centrar la conversación relativamente pronto en el curso de la relación terapéutica, sobre las conductas que caracterizan el problema o los problemas del cliente. Esto puede hacerse con una serie de preguntas sobre el problema y sus variables controladores. En algunos puntos del proceso de entrevista, el terapeuta comportamental ayudará al cliente a identificar las áreas más problemáticas, seleccionará una o dos de ellas para centrar el tratamiento inicial; trasladará las áreas del problema a los excesos o déficits comportamentales; tratará de identificar las variables que controlan la conducta problema; e identificará ciertos objetivos comportamentales específicos para el tratamiento. Para facilitar este proceso se suelen utilizar los cuestionarios comportamentales específicos y el juego de roles.
     Los cuestionarios. Un cuestinario bien diseñado puede proporcionar información útil a la hora de evaluar el problema del cliente y desarrollar el programa comportamental para él. Hay varios tipos de cuestionarios que son populares entre los terapeutas.
     Los cuestionarios sobre la historia vital proporcionan datos demográficos tales como el status marital, el status vocacional, la afiliación religiosa y datos contextuales, como los referidos a la sexualidad. a la salud y la historia educativa. Dos ejemplos  notables de tales cuestionarios son el Cuestionario de Análisis de la Historia Comportamental de Cautela (1977) y el Cuestionario de Historia Vital de Wolpe (1982).
     Las listas de comprobación (checlists) del problema piden al cliente que indique qué problema (o problemas) se aplican a su caso, usando una lista detallada de problemas. Estos cuestionarios son particularmente útiles al terapeuta para especificar con precisión el problema o los problemas por los que el cliente busca terapia. Un ejemplo de este cuestionario es la Lista Autocalificada de Comprobación (Upper, Cautela, & Brook, 1975).
    Las encuestas (survey shcedules) proporcionan al terapeuta la información necesaria para llevar a cabo una técnica terapéutica particular con el cliente. El cuestionario mostrado en la figura 3-3 ofrece información útil para la aplicación de procedimientos de refuerzo positivo. Existen otros tipos de encuestas que están diseñadas para obtener información preliminar para aplicar otros procedimientos comportamentales. En Cautela (1977, 1981) pueden encontrarse diferentes tipos de encuestas.
     Las escalas de evaluación realizada por terceros permiten a terceros y profesionales implicados con el cliente evaluar subjetivamente la frecuencia y/o cualidad de ciertas conductas. Un ejemplo de esta lista de comprobación para uso con individuos deficientes evolutivos es el EOC (Evaluación Objetiva Comportamental de deficientes mentales moderados y graves) (Hardy, Martin,Yu, Leader, & Quinn, 1981). El EOC permite a las personas que están familiarizadas con la conducta del cliente bajo evaluación, que evalúen si el cliente puede o no realizar ciertas tareas, como ponerse la camisa o atarse los zapatos. Eventualmente, el EOC puede usarse como instrumento de observación directa.
     Juego de roles. Si no es factible para el terapeuta observar al cliente en la situación real en la  que tiene lugar el problema, una alternativa es recrear dicha situación (o al menos algunos aspectos cruciales de la misma) en su despacho. Esto es, esenciamente, la lógica que sustenta la representación de un papel en el que  el cliente y el terapeuta representan las interacciones interpersonales relacionadas con el problema del cliente. Por ejemplo, al cliente puede representarse a sí mismo en una entrevista de trabajo y el terapeuta puede representar al entrevistador. La representación de un papel no se utiliza sólamente en conjunción con entrevistas comportamentales para evaluar un problema, sino que también se usa en el tratamiento del mismo.
     Información procedente de consultas a otros profesionales. Si otros profesionales (por ejemplo, médicos, fisoterapeutas, profesores, enfermeras, trabajadores sociales) han tratado de algún modo al cliente en relación con el problema, hay información relevante que debería ser recogida. El problema del clienta podría estar relacionado con algún factor médico, sobre el cual el médico del paciente podría proporcionar información extremadamente importante para el tratamiento. Antes de dar estos pasos, en cualquier caso, debe obtenerse siempre el correspondiente permiso del cliente.
     Autoobservación del cliente. La autoobservación, la observación directa por parte del cliente de su propia conducta, puede que sea lo más aproximado a la observación del terapeuta. De todas maneras, lo mencionamos bajo la cabecera de procedimientos de la evaluación indirecta, dado que el terapeuta no observa directamente la conducta. De este modo, al igual que con los otros procedimientos de evaluación indirecta, el terepauta no confía tanto en las observaciones, como si él/ella, o algún otro observador entrenado, las hubiesen llevado a cabo.
     Las características de conducta que podrían ser autoobservada son las mismas que las de la conducta que podría ser observada directamente por un observador entrenado, y que se describe en el Capítulo 19. La autoobservación podría ayudar también al descubrimiento de las causas del problema, tal como se explica en el Capítulo 20. En el Capítulo 24 se ofrecen ejemplos adicionales sobre la autobservación.